LOS PEQUEÑOS APRENDEN DE NUESTROS RECUERDOS

Los adultos decimos que nos hemos olvidado de jugar, pero quién no recuerda la alegría, algarabía y entusiasmo con que se jugaba en la calle, las competencias con los patines de cuatro ruedas o en ruedas haciendo fila, las bicicletas, las patinetas o “scooters”, los partidos de fútbol con pelotas hechizas de papel, trapo, plásticas o, si alguno tenía una pelota de cuero que hacía doler los pies. No olvidemos los partidos de béisbol o softbol que en resumidas cuentas era lo mismo porque nosotros hacíamos las reglas del juego; los juegos de basketball en el parque o en la cochera de algún vecino que ponía una canasta.

Los juegos para el tiempo de invierno, cuando no se puede salir por la lluvia, donde los mayores de la casa también compartían y gozábamos pensando que podíamos ganarles en juegos de mesa, de naipes o cartas, de adivinanzas y escondites. El juego de la lotería, donde la gracia era gritar como lo hacían los profesionales del juego: El mundo, lo van cargando!, El negrito, del batey!, La dama, de las camelias!, La corona, del rey sin trono!

La creación de nuestros propios títeres con calcetines viejos, botones y trozos de lana de colores para hacer el pelo, aunque estaban las preciosas figuras de madera con hilos, las marionetas que nos hacían expertos imitadores de voces. Los yoyos, capiruchos, trompos de madera, camiones, carretillas, caballitos de palo y de balancín, muñecas de trapo, trastos de barro, mueblecitos de madera para las casitas y el infaltable yeso para pintar en el piso los ambientes de una casa, para hacer creer que teníamos una casa inmensa, ay de aquel que no timbrara o abriera la puerta imaginaria para entrar o salir.

Las sillas del comedor hacían un perfecto tren; las sillas mecedoras como los barcos en el mar. Las hamacas del corredor o pasillo, los columpios para volar. Las “chibolas” o canicas no debían faltar. Y los cuentos para contar las más extrañas historias, las que nos hacían temblar pero no queríamos dejar de escuchar.

Los “paquines” o revistas de tiras cómicas eran fenomenales para hacernos reír y soñar, especialmente si eran superhéroes, como Aquaman, Superman, Batman, Tarzan, La Mujer Maravilla; tampoco podían faltar los inolvidables como el Conejo Bugs y su amigo Elmer Gruñón, el Pato Lucas, Silvestre y Piolín con la Abuelita, Archie, Verónica, Betty, Torómbolo y sus amigos, el Ratón Miguelito y su novia eterna Minnie, el Pato Donald con su Daisy, Goofy o Tribilín, la Pequeña Lulu y su amigo Toby; también estaban los héroes del campo como los vaqueros Hop Along Cassidy, el Llanero Solitario, Roy Rogers y todos los demás que perdurarán por siempre en nuestras memorias. Pero la gracia mayor estaba en intercambiar estas revistas por las que no teníamos o no habíamos leído.

Las tarjetas de colección para llenar álbumes, no importaba el tema, podían ser de deportes, de historietas, de carros, de animales, de lugares históricos, lo importante era compartir e intercambiar las tarjetas; muchas veces ni terminábamos de llenar los libros pero habíamos gozado comentando su contenido.

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